Iglesia
y patronato en la política de España en Cuba durante el siglo XIX
La
expulsión de los diputados cubanos de las Cortes liberales en 1837
confirmó el papel de Cuba como colonia económica de una metrópoli
que lastró graves problemas financieros desde el siglo XVIII y que
se acentuaron tras la independencia de los territorios americanos. La
Perla de las Antillas se convirtió en objeto preferencial de la
política de ultramar de los diferentes gobiernos españoles. La
historiografía ha centrado su interés en analizar esta política,
particularmente en sus aspectos económicos, para explicar las
relaciones que se establecieron entre España y Cuba durante el XIX y
el interés de aquella por conservar la isla bajo soberanía
española. Sin embargo, ha descuidado un aspecto fundamental de esa
misma política, el eclesiástico.
La
investigación que aquí se propone tiene como objetivo estudiar el
ejercicio del patronato de España en Cuba a lo largo del siglo
decimonónico y cómo éste sirvió de instrumento a la política
general desarrollada por los diferentes gobiernos peninsulares para
conservar el dominio colonial sobre la Gran Antilla. A
través de la elección de unos obispos de sólidas ideas regalistas
− el conocido obispo Espada (1802-1832) fue el mejor representante
de ello−, del control del púlpito por un clero de origen español
y de los principales centros de educación por órdenes regulares que
se enviaron desde la península, la metrópoli trató de asegurarse
la lealtad de la población.
La
Iglesia cubana, principalmente la alta jerarquía eclesiástica,
defendió el vínculo con la metrópoli, sin embargo esto
no significó la ausencia de enfrentamientos entre ésta y la
metrópoli, que sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX
se plantearon en términos de quienes, de un lado, aceptaron el
patronato y, de otro, quienes defendieron los derechos pontificios y
una rigurosa observancia del derecho canónico, como ocurrió en la
década de los setenta con el poco conocido cisma de Santiago de
Cuba, que supuso un episodio de desestabilización en medio de una
sociedad que había iniciado ya su camino hacia una independencia que
conseguiría en 1898.
Consolación Fernández Mellén
Doctora en Historia por la Universidad del País Vasco